Un campeón indiscutible, un medio tiempo con capas de interpretación y una grada donde pasaron cosas. Porque el Super Bowl ya no es solo un partido: es el espejo de la cultura pop en tiempo real.
Los Philadelphia Eagles no jugaron a ganar. Jugaron a dominar. 40-22 y un mensaje claro: este equipo está construido para borrar esperanzas. Hurts fue el director de orquesta. Mahomes, el receptor de la sinfonía equivocada. Los Chiefs soñaban con la historia, pero los Eagles se aseguraron de que fuera una pesadilla.
Kendrick Lamar no llenó el escenario de fuegos artificiales, lo llenó de significado. Fue hip-hop, pero también mensaje. Fue ritmo, pero también postura.
Tres momentos que valen un segundo análisis:
Este no fue un show para cantar sin pensar. Fue un show para pensar mientras cantas.
La NFL vende entradas, pero no controla narrativas.
Fox apostó por Tom Brady en la cabina. Fue como ver a un campeón de ajedrez explicar damas chinas. No estuvo mal. Pero tampoco bien.
El marcador queda en la historia.
Lo que pasó alrededor, en la memoria.
Al final, el Super Bowl fue lo que siempre es: un reflejo del momento que vivimos.